viernes, 27 de septiembre de 2013

Volviendo a "BOLIVIA" de Israel Adrián Caetano



Esta película podría mostrarnos un momento cualquiera en las vidas de un puñado de gente común pero, tal vez sin proponérselo, Caetano nos deja un valioso documento del impacto en lo más profundo de cada subjetividad de un tiempo sin clemencia. Aún prescindiendo de toda referencia histórica para fechar los hechos el film, estrenado en el año 2001, fija en blanco y negro lo que hoy podemos entender a la distancia como un instante emblemático para los argentinos por su dramatismo.
Desde un ámbito de sociabilidad público como es un bar en un barrio capitalino, Caetano repasa minuciosamente una variedad de relaciones sociales poniendo la lupa sobre las definiciones que cada uno de los diversos personajes hacen del “otro” y en cómo, a partir de esa definición, construyen su propia identidad en función de la diferencia.
El recorrido comienza cuando el dueño del bar contrata como parrillero a un inmigrante indocumentado. La relación laboral se muestra en toda su crudeza, desfavorable para ese otro que desde un lugar de vulnerabilidad total debe someterse a las condiciones impuestas: jornadas largas y sin horario fijo, pago diario y exiguo, disponibilidad para todo servicio. El mensaje del patrón apunta, como siempre, a presentarse como un benefactor, que lo toma “pese a que” no tiene papeles, que le hace el  “favor” de aceptarlo aún siendo extranjero. En el bar hay otra empleada, también migrante de país limítrofe (paraguaya) sobre la cual, a la hiperexplotación laboral, se le suman las problemáticas de género en formas de acoso sexual, no sólo de parte del empleador sino también de algunos clientes.
Los personajes que frecuentan el bar son el tipo de trabajadores característico que resultó del ciclo neoliberal, todos cuentapropistas (taxistas, vendedores ambulantes), que padecen la angustia del día a día sin ningún tipo de certezas ni seguridad, y que ante la caída inminente desde sus pretendidas posiciones de clase sólo atinan a la explicación individualista, en donde ellos hacen el esfuerzo personal pero es la competencia desleal de los otros la que les roba sus posibilidades. Sin redes de contención afectiva, endeudados y estafados, y aferrados a adicciones varias, no pueden ver en el otro a un igual con sus mismos problemas, ambos víctimas de un sistema que los expulsa como sobrante, sino sólo desde la competencia y el enfrentamiento, siendo el otro que viene de afuera el responsable de todos los males. Pero para poder culpabilizarlo e identificarlo como el enemigo, primero hay que marcarlo, estigmatizarlo, atribuyéndole características negativas y recurriendo a todos los prejuicios del sentido común... Se despliegan así los clásicos tópicos del racismo y la xenofobia que construyen al extranjero como una amenaza.
Ya convertido en otro absoluto (para el “nosotros” único no importan las particularidades del otro por eso confunden boliviano con peruano, es un extranjero) ese trabajador inmigrante sólo se humaniza fuera de la mirada de los que no pueden verlo como un igual, en la soledad de un padre hablando a la distancia con su guagua, o en el relato a su par (la camarera paraguaya) de la impotencia frente a las causas sociales que lo expulsaron de su tierra, o en la desprotección de tener que dormir en la calle.

Fuera de la relación de trabajo se advierte una extendida trama de situaciones de abuso y discriminación que va desde la generación de “negocios” que viven a expensas del inmigrante (los “locutorios” clandestinos, los hoteles de paso), hasta la persecución policial brutal y ensañada, que marca e intimida. Pero la mirada de la cámara no sólo está puesta en los efectos que estas situaciones causan sobre el que las padece, sino cómo opera el poder activamente sobre el que lo ejerce, cómo las posiciones de poder no actúan solamente de arriba hacia abajo, negando, reprimiendo, marginando, sino que construyen y crean en quien actúa ese poder, un complejo de actitudes, representaciones y configuraciones ideológicas que lo definen y lo ubican en ese lugar de dominio sobre el otro subordinado. Los encargados del locutorio, el administrador del hotel, los agentes de vigilancia, o el borracho perdido recurren a la desvalorización del otro para valorarse a si mismos, o se hacen a sí mismos desde su insignificancia en esa relación desigual y violenta, hasta llevarlos a extremos de abyección y muerte.



jueves, 1 de diciembre de 2011

Discutir el Estado - 5

Última Parte: Los debates sobre el Estado y las visiones críticas
Cerrando el repaso precedente por el Estado, que intentamos abordar desde la teoría política, la mirada sociológica y también en sentido histórico, tanto comparativo como desde una óptica institucionalista, pasemos ahora a los debates sobre el Estado y a las distintas posiciones que se han tomado frente a el, para ver de dónde venimos y cómo llegamos a las discusiones en el presente.
Después de un largo ciclo de hegemonía neoliberal, en que se llevó a cabo un ataque sistemático al Estado y a sus capacidades de intervención, nos encontramos en Latinoamérica frente a una inédita coyuntura en que gran parte de los gobiernos populares de la región, en su combate contra las secuelas devastadoras del ciclo conservador, adoptan como estrategia común, pese a toda otra diferencia, la revalorización del Estado como garante de políticas de mayor equidad e inclusión, como depositario del bien común y único factor que puede morigerar las voraces apetencias capitalistas para avanzar con políticas redistributivas. Es válido entonces ante este panorama, e intentando mantener una posición critica, cuestionar el rol del Estado haciéndonos preguntas que yo formularía así: ¿puede ser el “estatismo” un punto central del programa de transformación revolucionaria de la sociedad?; ¿la supremacía estatal define por sí misma o caracteriza como “popular” a un proceso de cambio?; si aspiramos al Socialismo del Siglo XXI ¿qué posición deben asumir las fuerzas anticapitalistas hacia el Estado burgués?; ¿estamos nuevamente frente a la dicotomía “gradualismo o revolución”?; ¿la revolución en el Siglo XXI puede seguir siendo la “toma” del Palacio de Invierno?;¿es una estrategia válida hoy el supuesto “copamiento” de espacios políticos-burocráticos por parte de los sectores de izquierda como se entendía en los ‘70s?...en resumen ¿qué hacer frente al Estado?
Estas son algunas preguntas pero ustedes tendrán las suyas y espero que las socialicen en los comentarios para aportar a la reflexión colectiva.
Mientras tanto voy a repasar, sin pretensión de exhaustividad, ya que hay muchas voces sobre el tema, algunas de las respuestas a preguntas similares que dieron pensadores claves, o posiciones que fueron apareciendo en los debates de la izquierda a lo largo de la historia. Y digo de la “izquierda” porque ya sabemos cuál es la posición de la “derecha” sobre el Estado;  el liberalismo siempre defendió el “lassie faire”, es decir la no-intervención del Estado en el libre juego de las fuerzas del mercado, por eso las posiciones anti-estatista y que sostienen el achicamiento del Estado han provenido de la derecha. Las preguntas sobre el papel del Estado son de la izquierda.  Veamos entonces cómo fueron surgiendo esas preguntas y qué respuestas se han ido dando.

La ideología dominante:
Uno de los núcleos duros en torno a los cuales se dieron los mayores debates teórico-políticos en la cultura de izquierda es la cuestión del orden de las determinaciones o la relación entre estructura y superestructura. Ustedes saben que para Marx la estructura de la sociedad es su modo de producción, las relaciones de producción, la materialidad del mundo del trabajo y la apropiación por parte del capital de la riqueza producida socialmente, o sea, el sistema económico y de clases. Mientras que la superestructura son las instituciones, la cultura, la moral, el sistema normativo (el derecho) y todo el producto de la mente del hombre, incluyendo al Estado, es decir, la ideología. Marx dijo que “no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia social, sino que, por el contrario, es su existencia social la que determina su conciencia”. Gran parte de las discusiones con el “fantasma de Marx” a lo largo de todo el siglo XX gira en torno al orden de las determinaciones entre los factores objetivos y subjetivos, y es la base del extenso capítulo que en el marxismo analiza los problemas de la conciencia de clase y la lucha ideológica, y el tema de la “inevitabilidad” de la crisis capitalista y el triunfo del socialismo.
Este debate cobró ribetes dramáticos durante décadas, sobre todo en los países del “Tercer Mundo” donde los revolucionarios marxistas se encontraban con “condiciones objetivas” de brutal explotación que deberían determinar la insurgencia de los oprimidos, pero que sin embargo, esos sectores obreros no “tomaban conciencia” de su condición y se mantenían inmunes al ideario de transformación social para abolir la explotación del hombre por el hombre; por el contrario aspiraban al proyecto de ascenso social ofrecido por la ideología burguesa, como esa zanahoria que hace participar en la carrera y que se mantiene siempre lejana por más que corramos tras ella. La idea de revolución socialista no encarnaba en las masas trabajadoras, es decir que no existían las “condiciones subjetivas” para la toma del poder por el proletariado.
Ante este grave problema hubo variedad de respuestas que van desde el voluntarismo que intentó reemplazar la conciencia de los trabajadores con la acción de la vanguardia esclarecida (y generalmente armada) hasta el frustrado inmovilismo que se justificó culpando al movimiento obrero por dejarse ganar por el enemigo, pasando por la aceptación sin reservas de la “alianza” con las burguesías nacionales, sosteniendo el “etapismo” y postergando o renunciando al socialismo. Pero básicamente las distintas posiciones tienen dos problemas en común: primero que, escudándose en la premisa marxista de que el proletariado será el sepulturero del capitalismo, tienden a homologar movimiento obrero con movimiento socialista cuando deberían estar claramente diferenciados analíticamente; y segundo, escudándose en la determinación en última instancia de la estructura sobre la superestructura y en que el desarrollo mismo del capitalismo llevaría a la agudización de las contradicciones y a su derrumbe, tienden en consecuencia a menospreciar la importancia de la lucha política (razonamiento llevado al paroxismo por la ultraizquierda y su “cuanto peor, mejor”).
En torno a estos tópicos se producen los clivajes que dividen, y a veces enfrentan, a distintos sectores de izquierda. Pero también estas distintas interpretaciones definen en gran medida las posiciones frente a los Estados-nación. Para los que priorizan el objetivo de la revolución, el Estado no sólo es quien monopoliza el ejercicio de la violencia y el bastión a tomar por asalto, sino el responsable de la alienación de las masas para alejarlas del ideal revolucionario, responsabilidad agravada en los casos de populismo con liderazgos carismáticos (el peronismo en Argentina sería un caso tipo) por propender a la conciliación de clases.
Para estas visiones, que suelen caer en análisis mecanicistas y duales de amigo-enemigo, el Estado llega a ser el “enemigo principal”, aunque para enfrentarlo a veces terminen aliándose con la derecha, como recientemente hemos visto a partidos de izquierda marchando junto a la Sociedad Rural durante el conflicto por las retenciones.
Un momento importante de la discusión sobre el Estado entre los marxistas se da en las décadas del 60’ y 70’ bajo la influencia del estructuralismo. Althusser hizo un gran aporte al desenmascarar a los “Aparatos Ideológicos del Estado” (las iglesias, las escuelas, la familia, el aparato jurídico, político: sistema de partidos, sindical, de información y el cultural) diferenciándolos del “Aparato (represivo) de Estado” o el Estado en sentido estricto. Privados los primeros, público el segundo que domina por la violencia, mientras los AIE funcionan por y para la ideología, unificados en su aparente diversidad por la ideología dominante, la de la clase dominante. Uno de los problemas que dejó el estructuralismo fue su visión total y terrible de la opresión que eclipsó a las clases subalternas y las dejó indefensas frente al poder omnipotente y omnipresente. Althusser lo advirtió en sus últimos trabajos e hizo un giro priorizando la lucha de clases como motor del cambio.
Para otras visiones menos dogmáticas, que priorizan el movimiento de la sociedad, el Estado puede y debe pasar de la democracia formal del liberalismo burgués al Estado democrático popular, en un proceso en que la lucha política, la movilización y la participación de masas definen la balanza de la “correlación de fuerzas”. Puede porque el respaldo del poder estatal a los intereses de los trabajadores es imprescindible para enfrentar con éxito al capital concentrado nacional y trasnacional; y debe porque el Estado necesita el apoyo y la lealtad de masas para ejercer su autoridad. En esta posición confluyen desde los sectores del nacionalismo popular, la socialdemocracia reformista (y todo el arco de lo que hoy se puede agrupar como “progresismo” que no lucha por el socialismo) hasta sectores de la izquierda revolucionaria que no abdican del socialismo pero que sostienen la línea del “Frente” amplio, nacional y antiimperialista como estrategia de acumulación de fuerzas tanto política como en el duro terreno de la lucha ideológica.

La Revolución:
Otro de los núcleos temáticos en torno de los cuales se dio debate en la izquierda es sobre las vías al socialismo y el tipo de Revolución. Como ya dijimos para los partidos obreros bajo el Estado burgués clásico, sobre todo para los dirigidos por anarquistas o sindicalistas, el Estado era el instrumento de dominación, la opresión en estado puro, era la burguesía “en” el Estado: los patrones en el poder. Marx y Engels decían que el Estado es el “capitalista colectivo ideal”, que representa al colectivo del capitalismo. Por eso la estrategia de la clase obrera revolucionaria era el combate sin cuartel contra el dominio estatal, y también contra las tendencias reformistas entre los obreros que pusieran sus esperanzas en las negociaciones con el Estado que, generalmente, intervenía para reprimir la protesta obrera.  La lucha por la “autonomía” de la clase era central, ya que no se podía esperar de la burguesía cambios, prebendas o reformas graduales ni negociar con ella, porque la burguesía nunca va a ir en contra de los intereses del capital, o sea de sí misma. El único camino que se vislumbraba hacia el socialismo era la revolución entendida como “toma del poder”, la herramienta de lucha de la clase era la Huelga General y ese “asalto” al poder era mediante la insurrección violenta. La conquista del poder obrero, el Socialismo, se concibe en aquella etapa según la experiencia histórica como la Toma de la Bastilla (que de hecho se concretará en la Revolución Rusa) cuando los cuadros dirigentes estatales son barridos y reemplazados por los dirigentes revolucionarios, momento de la “dictadura del proletariado” como transición inevitable hacia la construcción del nuevo Estado socialista. Como vimos este pensamiento decimonónico se prolonga remozado hasta la actualidad entre los partidos de la izquierda troskysta o “ultraizquierda”.
Pero también cuando Marx decía que el Estado burgués es un “capitalista colectivo” decía que lo era de una forma ideal, no la suma de las partes, de las voluntades de las grandes empresas; un Estado burgués en una sociedad compleja no obedece órdenes directas de los capitalistas. El Estado de estas sociedades existe para que no sean los intereses económico-corporativos de las grandes empresas los que se contrapongan entre sí y terminen destruyendo o autodestruyendo el orden capitalista. Pero además, y fundamentalmente, el Estado necesita ganar el consenso de las masas, legitimarse frente a las mayorías, que aunque en cierta medida puede asegurarse por la coerción, en las sociedades que actúan bajo los principios de la democracia burguesa, deben mantener la “creencia” de que el sistema respeta los principios básicos de igualdad, justicia y libertad. “De esta manera, el Estado capitalista actúa para sostener el proceso acumulativo y al mismo tiempo trata de esconder lo que está haciendo” como dice Habermas.
Con el advenimiento del Estado de Bienestar, como ya dijimos, la socialdemocracia se pliega al capitalismo reformado y en aras de las conquistas sociales y la mejoría real de las condiciones de vida del proletariado “funde su destino” con el EBK, convirtiéndose en blanco de todos los sectores a su izquierda que la denuncian por haber arriado las banderas del socialismo, renunciando a la revolución y a la toma del poder por la clase obrera.
El Estado benefactor o providente no existía en el repertorio categorial de la pre-guerra, y no podía existir en las ideas porque no existía en la materialidad de las estructuras burocrático administrativas como ocurre hoy. Mirando hacia el Estado es importante marcar este punto, porque cuando decimos EBK no hablamos de un Estado con nueva “esencia”, ni sólo de nuevas funciones estatales; hablamos de un objeto material de nuevo tipo, cuyas dimensiones reales no pueden ser soslayadas por un proyecto político revolucionario. Pero aquellas lecturas esquemáticas, además de mirar únicamente a nivel del Estado no lograban incorporar aportes como el de Gramsci que ya cuestionaba la lectura del Estado como mero aparato de poder coercitivo. Tampoco podían comprender acabadamente a la nueva sociedad que se transformaba articulada con el EBK.
Gramsci hacía una distinción muy importante que Daniel Campione resume así “Gramsci distingue entre dos tipos de sociedades: sociedades de tipo oriental y sociedades de tipo occidental. No son conceptos geográficos, ni siquiera étnico culturales; son conceptos políticos. ¿Cuáles son las sociedades de tipo oriental? Sociedades como la Rusia de los zares, con escaso desarrollo de la sociedad civil, de debate político abierto, de opinión pública, de sindicatos u otras organizaciones de nivel económico corporativo, de partidos políticos de oposición. ¿Cuáles serian las otras sociedades, las de tipo occidental? Sociedades con amplio debate público, con parlamento generalmente, o con otros espacios de debate, con una sociedad civil desarrollada.(…) en Oriente cabía lo que Gramsci llama guerra de movimientos o maniobras: el ataque frontal, la insurrección contra el Estado, la lucha que podía destruir más o menos rápidamente a todo el orden social existente y reemplazarlo por otro (…) un grupo, un partido que toma el poder, que “toma el Cielo por asalto”, dicho en términos más poéticos. Gramsci sostiene que cuando tenemos sociedades de tipo occidental esto ya no es posible, el sistema de dominación tiene hegemonía: muchas mas herramientas para defenderse, más casamatas, más fortalezas construidas en torno al núcleo duro del poder económico y su sustento militar.”
Gramsci hablaba de un “Estado ampliado” donde son muchas las instituciones y los espacios que trasmiten y reproducen las relaciones de dominación; a lo largo y a lo ancho de la sociedad el poder hegemónico extiende su dominio por fuera de las oficinas y despachos de la administración estatal abarcando a la “sociedad civil” que también es transmisora de la ideología de la clase dominante. En esta visión juegan un papel preponderante los intelectuales orgánicos como formadores del consenso y del “sentido común” de las clases subalternas. Este concepto de Estado es incompatible con estrategias mecanicistas que piensan al poder (y al Estado) en términos de aparatos o lucha por espacios. Gramsci describe la dominación atendiendo al por qué de la aceptación, a la capacidad de dirección de la clase hegemónica para hacer valer sus propios intereses como los de toda la sociedad. Sigue Campione: en la América Latina de comienzos del siglo XXI, nos encontramos con sociedades con amplio desarrollo de la sociedad civil, con movimientos populares, con opinión pública, pero también con Estados que tienen partidos políticos que les sirven, parlamento, sindicatos de masas burocratizados. Hay una conformación social de América Latina hoy que nos lleva a pensar que el escenario no es el de una guerra de movimientos sino de una guerra de posiciones. ¿Qué quiere decir guerra de posiciones? Dice Gramsci que requiere una concentración inaudita de hegemonía, necesita de la participación de las más amplias masas; no puede ser resuelta por un golpe de mano, por imperio de la voluntad, requiere un desarrollo largo, difícil, lleno de avances y retrocesos, pero tras lo cual, si se logra la victoria, ésta es más decisiva y estable que en la guerra de maniobras. Gramsci está pensando la revolución, la transformación social, como algo que ya no esta centrado en un determinado acontecimiento sino que es un proceso complejo y contradictorio, y que requiere disputar el consenso, las voluntades, el sentido común, el modo de pensar del conjunto de la población, de las más amplias masas.”  (Daniel Campione, Gramsci y América Latina: Guerra de movimientos-guerra de posiciones)

La “Política”:
Se ha vuelto vulgata entre los detractores de Marx afirmar que el marxismo no tiene una teoría política, como también afirman que Marx no dejó una teoría sobre el Estado.
El historiador británico Eric Hobsbawm en su último trabajo “Cómo cambiar el mundo” (que recomiendo enfáticamente!! – ver foto) plantea y dilucida varias cuestión fundamentales: si bien la era de la doble revolución fue la que creó el movimiento obrero y con él la posibilidad de lucha de los trabajadores por conseguir mejores condiciones colectivas, y que esta lucha implica la idea, al menos potencialmente, de una sociedad mejor, basada en la cooperación y no en la competitividad; la idea del “socialismo”, de acabar con el orden injusto existente y reemplazarlo por una sociedad totalmente distinta no era necesariamente congruente con el movimiento obrero ni inherente a él, vino de afuera, del campo intelectual y fue aportada por el marxismo. Organizaciones como los sindicatos obreros, sociedades cooperativas y de ayuda mutua podían surgir espontáneamente de la experiencia de la vida de los trabajadores, pero no partidos políticos. Dice Hobsbawm: “La contribución fundamental de Marx y Engels a partir del Manifiesto comunista en adelante fue que la organización de clase de los obreros lógicamente ha de encontrar expresión en un partido político activo (…) Era una propuesta de enorme importancia histórica, no sólo para el movimiento obrero, que no podía llegar muy lejos en sus propósitos sin movilizar el respaldo del Estado contra los empresarios, sino para la estructura de la política moderna en general.” (p. 409-410) El aporte del marxismo a la lucha de los trabajadores fue nombrar y definir las características de la nueva sociedad, una estrategia para la transición del capitalismo al socialismo pero, sobre todo, el concepto de la lucha política de la clase obrera; es decir habilitar y estimular a la clase a organizarse para intervenir políticamente, empoderándola, haciéndola conciente de su capacidad, de su fuerza para convertirse en un interlocutor frente al Estado, pero también para transformar de raíz la sociedad.
Hobsbawm se pregunta: “¿Cómo podemos resumir el legado general de ideas sobre política que Marx y Engels dejaron a sus sucesores? En primer lugar, hacía hincapié en la subordinación de la política al desarrollo histórico (…) las perspectivas del esfuerzo político socialista dependían de la fase alcanzada por el desarrollo capitalista (la determinación en última instancia de la estructura sobre la superestructura). “La política estaba inmersa en la historia, y el análisis marxciano mostraba lo ineficaz que era para alcanzar sus fines al estar tan inmersa; y en cambio, lo invencible del movimiento de la clase obrera, por estarlo.
“En segundo lugar, la política era no obstante crucial, en la medida en que la clase obrera inevitablemente triunfadora había de estar y estaría organizada políticamente (es decir, como un ‘partido’) y apuntaría a la transferencia de poder político, sucedida por un sistema transicional de autoridad estatal bajo el proletariado. Así pues, la acción política era la esencia del papel proletario en la historia. Operaba a través de la política, es decir, dentro de los límites establecidos por la historia: elección, decisión y acción conciente.” (p. 93)

Conclusiones (provisiorias): Para terminar, y volviendo a este presente en que se desarrolla la crisis más extensa y profunda del capitalismo desde su aparición, en que se comprueban, punto por punto las predicciones de Marx sobre sus tendencias generales (a la disminución creciente de la tasa de ganancias, a la concentración, a la transnacionalización, a la crisis de sobreproducción y a la incontenible tendencia destructiva de las fuerzas desatadas por la voracidad de acumulación) queda claro que el gran problema es EL CAPITALISMO, tanto que hoy pone en riesgo inminente la supervivencia de la vida sobre el planeta y hay que derrotarlo antes que arrase con la humanidad. Además, como dice Itsván Mészarós: “No se necesita ninguna visión profética para comprender que la violación implacable del basamento natural de la existencia humana no puede continuar indefinidamente”. El problema no es el Estado sino la clase que lo domina y el sistema económico inhumano fundado en la propiedad privada, en el individualismo y en la explotación del hombre por el hombre.
Retomando las preguntas con las que abrimos este debate, y a la luz de los desarrollos que hemos expuesto, el Estado es un aparato de dominación al servicio de la acumulación del capital, pero también ha sabido ser, sobre todo el EBK en los países centrales, un factor determinante en el mejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores. En Latinoamérica, la versión autóctona del Estado providente ensayada con suerte dispar por los líderes populistas, sobre todo el peronismo en Argentina y pese a todas sus limitaciones, hizo del Estado un agente igualador, promotor de derechos, que ha intervenido en la puja distributiva a favor de los sectores populares. O sea que la dicotomía estatismo-antiestatismo no es valiosa analíticamente, excepto para los liberales que siempre la han usado como ariete para combatir al Estado y reclamar su achicamiento.
Es cierto e innegable también que estos Estados han sido muy efectivos como estrategia de contención del conflicto social y derrota de la alternativa revolucionaria, y la herramienta clave que le ha permitido al capitalismo un nuevo ciclo expansivo desde la posguerra hasta el presente.
Entonces, como nos preguntábamos, si aspiramos a un cambio de sistema ¿qué posición deben asumir las fuerzas anticapitalistas hacia el Estado burgués?... Tal vez usando el esquema expositivo que planteé para ordenar los debates (arbitrario, repito) podamos sacar algunas conclusiones, al menos tentativas.
Ideología dominante y Estado: En las últimas décadas la dominación ideológica se torna mucho más agresiva y opresiva con la aparición de los Medios Masivos de Comunicación, que a diferencia de la visión althusseriana, ya no pueden considerarse Aparatos Ideológicos “del Estado” toute court , ya que se autonomizan de la esfera estatal quedando fuera de su control, enfrentados a él incluso, y al servicio directo de los intereses del capital monopólico. Esta particularidad, más la transnacionalización de los capitales y la supremacía del capital financiero (que no tienen bandera) modifica totalmente la relación Estado-clases dominantes, agudizando contradicciones entre ellos y quitándole centralidad a los AIE como usina ideológica, que pasan a funcionar como mediadores del discurso dominante emitido por los medios, mediación que permite su puesta en cuestión.
En Latinoamérica los gobiernos de Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Argentina libran cruentas batallas con sus sistemas de medios que, desembozadamente, se pliegan a la reacción, apuestan por la desestabilización y a erosionar la autoridad estatal. Del otro lado del Atlántico y en el corazón del imperio, los “indignados” y los occupy identifican claramente al capital financiero como el enemigo y a los medios hegemónicos como sus voceros, que presionan a los gobiernos y que además mienten para tergiversar o invisibilizar sus reclamos.
En América del Sur todos los Estados que denuncian al neoliberalismo sostienen sus políticas de inclusión, que ya de por sí regeneran tejido social y restituyen ciudadanía, apelando a la movilización y organización popular. En Bolivia, Venezuela y Ecuador este proceso se profundiza ensayando formas de democratización novedosas, como reformas constitucionales que habilitan ámbitos de decisión popular de base, nacionalización de recursos, socialización de medios de producción y la adopción por parte del Estado de un discurso revolucionario hacia el socialismo. En el resto de los países del subcontinente, sobre todo en Argentina y Brasil (definidos por Roberto Conde, ex presidente del Parlamento del Mercosur como “la viga maestra” sobre la que se asienta la integración suramericana) si bien los oficialismos apuntan a un “capitalismo con rostro humano” de tipo keynesiano, basado en el pleno empleo y el mercado interno, se avanza a paso firme desarmando el discurso neoliberal que había calado tan hondo en nuestras sociedades. Esto es lo que suele denominarse como “batalla cultural”, que nos debe impeler a participar en la construcción de una nueva subjetividad, en la que sea posible la esperanza en un cambio, en una alternativa a la hegemonía del capital. En este frente tenemos todos un puesto de lucha ineludible.
La revolución como guerra de posiciones: En estos momentos de “cambio epocal”, de bisagra histórica, en que las transformaciones deben atravesar e involucrar a toda la sociedad en extensión y en profundidad, algunos sectores de la izquierda que aspiran al socialismo, o individualmente los militantes de izquierda al margen del alineamiento de sus organizaciones, desconfían y sospechan de los gobiernos burgueses y de su honestidad ideológica para conducir un proceso de esta envergadura. Las acusaciones rondan el argumento de la demagogia, más cuando ven que, al margen del discurso político, el Estado mantiene conductas que a veces contradicen ese discurso. Es saludable una mirada distanciada y crítica, pero también hay que entender que el Estado es un sistema complejo que no responde automáticamente a las instrucciones del poder central; hay hábitos institucionales, reflejos corporativos, nichos de corrupción y prebendas que mantienen lógicas internas de funcionamiento que no cambian por decreto ni de un día para otro. Las fuerzas de seguridad son un claro ejemplo de esta inercia, no se barren pactos de silencio, lealtades jerárquicas, asociaciones mafiosas o intereses económicos vinculados al delito con un reemplazo de cúpulas. Desde la cabeza del Estado lo importante es la decisión de instalar un nuevo paradigma, y a eso debemos estar atentos los que aspiramos a la profundización de los cambios; ahí es donde comienzan las batallas de una “guerra de posiciones”, que se debe dar todos los días en cada trinchera, en cada casamata, como decía Campione. Siguiendo el ejemplo para el caso de Argentina, el gesto de Néstor Kirchner de pedir perdón a la sociedad en nombre del Estado por los crímenes cometidos y descolgar los cuadros de los represores, es el trascendental punto de inflexión de la decisión política, pero apenas el inicio de un proceso que continúa y que pese a los enormes avances, en el área de derechos humanos con los juicios, o en el área institucional con la creación del Ministerio de Seguridad, nichos como la Policía Bonaerense o el Servicio Penitenciario Federal siguen respondiendo a caudillos territoriales, recurriendo a prácticas como el “gatillo fácil” o a lógicas de impunidad con “suicidios” o “peleas entre internos” en las cárceles. El Estado no es responsable de la pervivencia de estas prácticas, es responsable sí de mantener la iniciativa histórica, o se convierte en responsable si limita o impide el avance de las fuerzas transformadoras sobre cada uno de estos cotos de poderes fácticos. Pero esas fuerzas tienen que existir y organizarse “en” la sociedad, partidos políticos, asociaciones intermedias, denuncias individuales, somos nosotros y es nuestra la responsabilidad.
Métszarós dice que ante la combinación de contingencia histórica y necesidad estructural hay que afrontar el desafío de nuestro tiempo y aceptar la carga de la responsabilidad que de él surgiera. En estos momentos no avanzar es retroceder, pero ese avance debe estar motorizado por “fuerza social”, debe venir de abajo hacia arriba y no esperar a “copar” un Estado que haga una revolución por decreto, de arriba para abajo.
El Estado y “la Política”: Y llegamos así al legado más importante de Marx. Si como sintetiza Hobsbawm la acción política es la esencia del papel proletario en la historia, y ese proletariado opera a través de la política, es decir, dentro de los límites establecidos por la historia: elección, decisión y acción conciente, podríamos concluir que un Estado que proclama la primacía de la política manifestando que en la casa rosada ya no gobiernan las corporaciones sino las autoridades elegidas democráticamente, que convoca a la juventud a sumarse a la militancia, que se niega a reprimir la protesta social, que apuesta a la democratización y pluralidad de las voces prohibiendo por ley el monopolio de la comunicación hegemonizado por el conservadorismo, entonces estamos frente a un Estado que muy probablemente llegue a ser lo que nuestra elección, nuestra decisión y nuestra acción conciente determinen. De nosotros depende.

sábado, 27 de agosto de 2011

Discutir el Estado - 4

Cuarta Parte: El Estado en Argentina
Después de este recorrido, creo que se hace mucho más fácil y queda bajo una nueva luz el curso de los acontecimientos en nuestro país, las características que fue tomando la construcción estatal, las contradicciones, debilidades y los logros de este proceso, es decir, las etapas por las que atravesó el Estado en Argentina, o nuestra historia política. Y estamos en mejores condiciones de comprender, en trazos gruesos, como los procesos que venimos reconociendo en otras partes del mundo, se traducen, se implementan, a veces impactan o se frustran en nuestro país. Creo que es importante comprender que no es real esa imagen que a veces tenemos de nosotros mismos, que nos hace vernos como una excepcionalidad, como un caso inexplicable e incomprensible. Podemos ver, que si bien hemos estado a la vanguardia de muchos procesos, también hemos imitado acríticamente otros, hemos sido conejillos de indias en algunos casos, modelos a seguir o copias a temer, estamos dentro de un mundo que cambia y nosotros cambiamos con él.

Guerras de Independencia: la construcción de un país.
Defensa de Buenos Aires
Desde esta perspectiva queda claro cómo los conflictivos años de las Guerras de Independencia fueron contra la dominación española pero también batallas en la lucha por establecer un centro de poder. Las acciones de Buenos Aires para consolidar su hegemonía manteniéndose como capital administrativa, las disputas por el manejo de la aduana como fuente de financiamiento, los ingentes recursos invertidos en la formación y mantenimiento de un ejército nacional, la importancia de las relaciones exteriores y del reconocimiento de otras naciones y el proceso de expropiación de poderes locales (el combate de los unitarios contra las fuerzas de los caudillos federales) son los primeros pasos ineludibles por alcanzar grados cada vez mayores de “estatalidad” como veíamos con Oszlak. 
Batallas de la Libertad
Paulatinamente la construcción e integración de un mercado interno en un territorio totalmente desarticulado, donde el litoral se articulaba con el Río de la Plata y el mercado exterior, Cuyo se relacionaba con Chile y el Noroeste con Perú, debió transformarse en una Nación con identidad propia, con escarapela, himno y bandera, pero también con su lengua, sus patriotas, su historia y el gaucho como epítome de la nacionalidad, mientras se acrecentaban las relaciones interregionales, las rutas de comercio y las economías regionales.

El Estado Oligárquico.
Julio A. Roca
La llegada de Roca a la presidencia marca el establecimiento de este poder central y de la clase que será el factor dinámico de la economía y posibilitará el acelerado crecimiento entre el ’80 y el centenario: la elite terrateniente bonaerense. Este poder político hizo mucho por el éxito de nuestra inserción en el mercado mundial como país agroexportador, y esa bonanza se tradujo en obra pública (puertos, ferrocarriles, urbanización, etc.) y en crecimiento de la burocracia estatal (administración, sistema financiero, escuelas, etc.). También la ampliación del territorio (Campañas al Desierto) y su consolidación (demarcación de fronteras) son metas logradas en esta etapa.
La “externalidad” de la clase dominante con respecto al Estado, que marcábamos como una característica de la América española desde la conquista, también pudo dejar su marca en esta etapa en que el fabuloso crecimiento no se tradujo en un mejoramiento general del nivel de vida de nuestra población, sino en un crecimiento importante de la desigualdad (R. Hora).
Con la inmigración masiva y el aumento acelerado de la población asalariada también se agudiza el conflicto social. El Estado actúa prontamente, casi sin demanda de la sociedad (de arriba hacia abajo) y realiza la reforma política reconociendo el derecho al voto universal, secreto y obligatorio (Ley Sáenz Peña, 1912).
Semana Trágica
Durante el yrigoyenismo se ensayan las primeras intervenciones del Estado como mediador entre capital y trabajo, pero los intentos de arbitraje terminan con fuertes represiones (Semana Trágica, fusilamientos de la Patagonia). Ante la crisis de 1930 el Estado busca ganar capacidad para intervenir en la economía, pero para morigerar los efectos de la crisis a los grupos económicos dominantes.  Sin una institucionalidad sólida recurre a “procónsules” externos (como Prebisch) con capacidad de gestión sobre el Ministerio de Hacienda; los cargos quedan en manos de “los representantes de las organizaciones de la producción” y hay una gran rotación, el 99% del personal de planta era político.

El Estado peronista.
Por lo menos durante el primer gobierno de Perón o hasta el 2° Plan Quinquenal estamos, sin duda, ante la versión criolla del Estado Benefactor Keynesiano. Al impulso industrializador iniciado por el Plan Pinedo (ISI) se suma una política socioeconómica orientada al mercado interno. El fundamento es la meta del pleno empleo. La ampliación exponencial de las esferas de actuación estatal empieza con Farrell y se materializa en crecimiento de la institucionalidad, nuevas Secretarías (Secretaría de Industria y Comercio, Trabajo y Previsión y Aeronáutica) que absorbieron y redefinieron múltiples organismos en una estructura centralizada. Con Perón en la presidencia esta tendencia se acrecienta, se crean el Banco de Crédito Industrial, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, el importantísimo Consejo Nacional de Posguerra (CNP) cuyo mentor fue José Figuerola, transformado en el ’46 en la Secretaría Técnica de la Presidencia (de quien dependerá el Consejo Económico y Social-1947) y demás entes técnico-administrativos y científicos-tecnológicos. Con Miguel Miranda al frente del Ministerio de Economía, representante de la burguesía industrial nacional, en el ’46 se estatiza la banca y se nacionalizan los depósitos y se crea el I.A.P.I. que monopoliza el comercio exterior y es eje de la redistribución. 

El Estado es un ACTOR ECONÓMICO de primer orden que regula y controla el enfrentamiento capital-trabajo y planifica la producción. La protección social se extiende a sectores no sindicalizados y mejoran sustancialmente las condiciones de vida de los trabajadores y de las clases medias en ascenso. El Estado es un “gran empleador” para mantener la ocupación plena, pero no estimula la capacitación y ese crecimiento estatal no va acompañado de controles de cumplimiento. Se ejerce la discriminación política, y el “instrumentalismo” y la demagogia denunciado desde la oposición genera desconfianza en la implementación de las medidas de gobierno como para el bien común. A partir del ’52 con el “cambio de rumbo” y la “vuelta al campo” comienza paulatinamente a implementarse el ajuste y la liberalización de la economía con el Ministro Gómez Morales.

El intento desarrollista.

El plan con que asume Frondizi se presenta como un ambicioso intento de modernización de la estructura productiva, que requería también un tipo de Estado ágil y eficiente para gestionarla. Dicho plan fracasó fundamentalmente por basarse en inversiones extranjeras con la consiguiente trasnacionalización de la economía, pero influyó la inexistencia de una burocracia estatal que pudiera implementar el proyecto.
En el ’55 el golpe militar realiza un vaciamiento casi total del plantel administrativo buscando “desperonizar” el Estado. Frondizi trata de eludir este déficit recurriendo a “representantes personales” y a equipos externos que, además de acarrearle acusaciones de haber montado un “gobierno paralelo”, resultan impotentes para llevar a cabo cualquier transformación. Volviendo a las comparaciones, en la misma época el gobierno también desarrollista de Kubitschek (1956-1961) en Brasil, que asume con un programa similar, logra una reconversión y modernización del aparato productivo que motoriza el proceso de industrialización brasilero, en gran medida posible porque contó con una sólida estructura técnico-burocrática que implementó los cambios como “políticas de Estado”.
Frondizi toma medidas de racionalización y reducción del gasto, se realizan privatizaciones y se ataca la “hipertrofia” estatal (sobre todo a los ferrocarriles) con lo que redujo más de un 12% del empleo público; el achicamiento estatal es acompañado por devaluación, ajuste, es decir, transferencia de recursos desde el sector asalariado a sectores oligopólicos y trasnacionales, abriendo un largo período de concentración de la riqueza. Aunque el modelo de Estado siguió siendo netamente intervencionista, desde el ’55 en adelante se disocia la Gobernabilidad y la Democracia, y la una no es posible junto a la otra.

Estado Burocrático Autoritario.
El fracaso de los sectores dominantes al no poder lograr Gobernabilidad y Democracia (porque el juego democrático llevaba al triunfo del peronismo y sólo podían gobernar por el peso decisivo de las organizaciones coactivas, mediante golpes de estado) y ante el proceso de acumulación regresivo a favor de la gran burguesía y el capital extranjero, a partir del ’66 se forma una “alianza defensiva” entre los derrotados por el desmantelamiento del Estado Benefactor peronista y por la apertura y trasnacionalización de la economía. Es decir que la acción de la clase obrera (dirigida por sindicatos peronistas) se engarza con los intereses objetivos y la acción política de las fracciones débiles de la burguesía industrial nacional. La correlación de fuerzas entre los dos bloques enfrentados es de paridad, y sin un Estado legitimado que funcione arbitrando en la disputa se de un “empate” cuyos enfrentamientos se dirimen al interior de un Estado que es recurrentemente “arrasado” (G. O´Donnell: Estado y alianzas en la Argentina 1956-76). Esta es la consecuencia de la impotencia de los sectores dominantes de construir un sistema de dominación política estable. Negociados históricos y generales en los directorios de las empresas compiten en voracidad con la “Patria Contratista”, esas grandes empresas que realizan con obra pública la infraestructura que necesitan las empresas trasnacionales.
La modernización que se pretendía en el sistema productivo, se dio en los ’60 con fuerza en la cultura. Tras la estela de la Revolución Cubana, el Che y la teología de la liberación se da una marcada radicalización política de la juventud, tanto marxista como peronista. El Cordobazo, el sindicalismo clasista y el ascenso de masas en un contexto de represión, proscripción y autoritarismo forman un clima de violencia creciente en que surge la guerrilla. Las clases dominantes se saben amenazadas….








Dictadura y Terrorismo de Estado hacia el menemismo: el desguace del Estado.
Massera, Videla y Agosti
La dictadura parte de un diagnóstico donde el Estado populista es el responsable del “caos” en que ha caído la Nación: la demagogia del peronismo estimuló las demandas, subvirtió el orden y permitió la infiltración del marxismo internacional. La Doctrina de la Seguridad Nacional es el discurso de guerra dominante en las Fuerzas Armadas, con sus fronteras ideológicas y su enemigo interno. El discurso del mercado lo aportan los sectores liberales que comienzan a preparar, no sólo las bases económicas para la concentración de la riqueza y la exclusión disciplinaria de amplios sectores populares, sino a crear el consenso y preparar a la opinión pública para el desguace del Estado, creando un dispositivo ideológico que se realizará plenamente como “sentido común” y como práctica durante el menemato.
El discurso del mercado se presenta como un saber técnico, no-político. La batería de argumentos del neoliberalismo conjuga la antipolítica, a ella responsabilizan por la pérdida de eficiencia y competitividad de la economía apartándose de las leyes del mercado, con el antiestatismo, acusándolo por las consecuencias del intervencionismo y proteccionismo desde la década del ’40. Al Estado se le reclama que sea apenas “subsidiario” y abandone su rol “paternalista y benefactor”, que tras el “pretexto” del bien común, favorece la acción de grupos e intereses sectoriales (en clara alusión a los grupos sindicales y los intereses populares).
“Las políticas llevadas a cabo de reducción, eliminación y debilitamiento de los programas de seguridad social, y de las prestaciones públicas relacionadas con la salud, vivienda y educación, como la campaña de desprestigio permanente de la labor estatal, el papel de la burocracia y del sobredimensionamiento del Estado, apuntarán a la presentación de lo estatal y de lo público como trabas a la realización del individuo. Paralelamente a la exaltación de lo privado, la libre empresa y la iniciativa individual como las formas válidas y únicas para la superación y realización personal. Operación que apuntará a reducir las expectativas de la población con respecto de la capacidad del Estado para la resolución de sus diversos problemas.” Daniel García Delgado escribía esto en un trabajo de septiembre del año 1981 (El ascenso del neoliberalismo), todavía dictadura militar…es escalofriante ver hoy, a pesar de estos análisis pioneros, como todo este programa neoliberal se profundizó y se llevó al paroxismo diez años después con el menemismo. Corroborar el éxito rotundo de los sectores más concentrados del capital nacional, siguiendo las recetas del Consenso de Washington y la Escuela de Chicago, para lograr este plan sistemático de destrucción del Estado social y de las conquistas conseguidas por los sectores populares a lo largo de su historia, con el beneplácito y consentimiento de gran parte de la sociedad que ratificó a Menem con una reelección, es la prueba de la potencia y lo determinante de los factores subjetivos en el cambio social. El “cambio de mentalidad” que se  propuso la dictadura tuvo en los medios de comunicación a sus agentes socializadores principales y se llevó a cabo, en medio de un disciplinamiento general de la sociedad por el terror de las desapariciones, las torturas y el robo de bebés. El horror de la dictadura se realizó en los ’90 bajo gobiernos democráticos. Debemos rescatar de esta experiencia dolorosa al menos un gran aprendizaje.

Concluido aquí este recorrido histórico, nos queda ahora pendiente una gran discusión.
Igual que en la clase presencial, en la próxima entrada trataré de resumir las principales intervenciones críticas sobre el Estado, el Poder, las relaciones entre política y estructura y las posibles formas del cambio social: ¿gradualismo o revolución? Y muchísimas preguntas más que a lo largo del tiempo los pensadores críticos han tratado de responder. Preparen las suyas.

Hasta la próxima. 

lunes, 22 de agosto de 2011

Discutir el Estado - 3


Tercera Parte: Los Estados Americanos. Panorama comparativo
Ahora tenemos más elementos como para pensar y entender el proceso de construcción estatal en América.
Digamos primero que este largo proceso de construcción y transformación estatal que acabamos de sintetizar, se dio en Europa como un proceso inherente al desarrollo de esa sociedad.
La conquista de América fue un hecho excepcional, que no se había producido nunca ni volverá a producirse, de ocupación masiva de un inmenso territorio por una civilización, que a sangre y fuego viene a imponer una organización social, no sobre otra, sino arrasando lo existente como ante lo que considera una tabula rasa, un vacío que no opone resistencia al modelo de sociedad que se pretende implantar (T. Todorov). Esto supuso grados superlativos de libertad en la construcción de las instituciones estatales.

Proponer hacer un ejercicio comparativo es poner en relación casos diferentes correspondientes a una misma clase general. Es evidente que en América tres tipos de colonización dieron como resultado tres áreas claramente diferenciadas: la América de colonización española, América del Norte de colonización anglosajona y la América portuguesa que constituyó el Brasil actual. Trataremos aquí de poner en relación estos tres casos para analizar la relación Estado-Sociedad como clase general.

La América Española. Lo que en Europa había sido un largo período de luchas del poder central con poderes locales que disputaban por sus privilegios (señores, aristócratas, comerciantes y productores, la Iglesia), quienes habían logrado conservar mediante pactos de lealtad con el poder absoluto ciertas cuotas de ese poder diseminados por el tejido social, en América en cambio el absolutismo se realiza plenamente. La administración es centralizada desde el inicio de la conquista pero con las Reformas Borbónicas el “despotismo ilustrado” buscaba aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica
Pero además vemos que la particularidad de los actores económicos hace que no buscaran establecerse para desarrollarse, sino que tuvieron una conducta depredatorias que busca riqueza rápida para invertirla y gastarla en Europa. Esto lleva a una externalidad de las elites económicamente dominantes con respecto al Estado, y cierta prescindencia de la construcción de mercados internos y del afianzamiento del tejido social. El resultado de este fenómeno es que el Estado, para garantizar el funcionamiento social, el control sobre las poblaciones y la gobernabilidad, sea un factor determinante de primer orden en la vida social; unos Estados nacionales que se estructuraron de arriba hacia abajo. Daniel García Delgado, analizando las relaciones entre Estado y sociedad en Latinoamérica, destaca significativas coincidencias sobre una característica central de dicha relación: el Estado determinó fuertemente a la sociedad, apareciendo como modernizador, revolucionario, transformador o garante de un orden represivo, pero en todos los casos con una gran influencia sobre la sociedad” Comparando esta realidad con la de los países centrales, en que la sociedad civil, relativamente fuerte y homogénea, mantuvo mayor autonomía con respecto a sus Estados nacionales, aquí, las contradicciones generadas por la particular combinación de factores económico-sociales y étnico-culturales en la determinación de las relaciones de dominación e intercambio de la población, hizo que la influencia estatal gravitara profundamente, “tanto en la conformación del modelo de desarrollo, en la constitución de los actores e identidades, como en la misma vida cotidiana”. Los Estados de la región han cumplido o cumplen el papel de agente aglutinante de la sociedad civil; una “estructuración social y política relativamente precaria encontró un apoyo indispensable en el Estado, que pasó a constituirse en referente y participante obligado en una vasta gama de transacciones económicas, políticas y sociales, y en piedra de toque de las ideologías, posiciones políticas y estrategias de desarrollo” Como consecuencia de esta “externalidad” de las clases económicamente dominantes con respecto al Estado su relación fue más “tensa” o dio lugar a contradicciones mayores entre sus intereses particulares. También esa externalidad se verificó con respecto a la sociedad que explotaban; con elites económicas vinculadas más al mercado externo que al local, el capitalismo autóctono no fue capaz de garantizar la reproducción del “ejército industrial de reserva”, es decir de las masas de mano de obra disponible para el desarrollo de la producción. En la mayoría de los países de la región fue el Estado el que tuvo que hacerse cargo de esta tarea, generándose grandes áreas de la economía en que prosperó el “Capitalismo de Estado” en forma de enclave (las zonas petroleras con empresas nacionales como por ejemplo YPF en Argentina) o a través del mismo aparato estatal con el empleo público en la administración. 
   

Esto también nos permite pensar al populismo como producto sistémico, que se corresponde en gran parte con nuestra historia y que ha sido NECESARIO para el funcionamiento social, beneficiosos para el nivel de vida, las condiciones de trabajo y de protección social de nuestros pueblos. Así la relación de estas sociedades con sus estados nacionales ha tendido a ser estrecha y paternalista; es decir que el “estatismo” de nuestros sectores populares es mucho más en América Latina que una identidad partidaria o la fidelidad a cada uno de los grandes líderes carismáticos que surgieron en la región.

América del Norte y la sociedad anglosajona. Circula el mito (ya desde nuestra época de “joyas de la corona británica”) que si nos hubiesen colonizado los ingleses hoy seríamos una potencia como EEUU. La “potencialidad” del país del norte se atribuyó al “protestantismo”, con su cultura del ahorro y del sacrificio personal en el trabajo y el esfuerzo (y en la versión racista a los ojos celestes y la “no mistura”). Es cierto que las religiones reformadas, al priorizar una relación individual con Dios, sin mediaciones de los funcionarios religiosos, dieron como resultado una feligresía letrada (porque tenían que leer e interpretar la Biblia) y responsable de sus actos, mientras el catolicismo apostólico romano se ajustaba más a masas analfabetas y dependientes del perdón otorgado por un cura. Pero más allá de estas variables que pueden haber influido y mucho, parece más determinante el hecho que la colonización de América del Norte fue tardía, allí no había un  “El Dorado” (las minas de Potosí) como fuente de recursos naturales para extraerlos y llevarlos a Europa, ni encontraron mano de obra para esclavizar como si le ocurrió a España con las grandes civilizaciones precolombinas. Además durante el inicio de la colonización la metrópoli estaba sumergida en la Guerra civil inglesa y la Revolución Gloriosa de 1688 que ocuparon toda su atención y sus recursos durante medio siglo de conflictos internos. La conquista y colonización del norte se dio con la falta total de unidad administrativa, los colonos se asentaban y creaban sus propios centros administrativos que eran absolutamente locales y con autonomía de todo poder central. Incluso la seguridad interna dependía de milicias locales, sin ejército regular hasta bien entrado el siglo XVIII, lo que resultó en una estructura estatal fuertemente localista y además en una población armada y organizada.
Después del 1700 Inglaterra en competencia con dos poderosos imperios, se vio obligada a recurrir a prácticas más modernas para recoger las riquezas americanas e implantó el sistema mercantilista 50 años antes que Carlos III de España. No había oro en el norte  (la flota británica encontraba muy rentable dedicarse a la piratería interceptando los barcos españoles) pero si un sinfín de otras riquezas que sus súbditos en América podían comercializar (pieles, maderas, azúcar, tabaco, algodón, cueros), así que prontamente se desarrolló un polo manufacturero que encontraba un mercado interno cada vez más amplio mientras avanzaba la conquista del oeste, y también era mercado propicio para las exportaciones industriales de Inglaterra. La combinación dinámica de tres zonas bien distintas y complementarias (el Sur algodonero, latifundista y esclavista, el Oeste de granjeros independientes productores de materias primas, y el Noreste en rápido proceso de industrialización) y la posterior “dirección” lograda por la burguesía comercial e industrial norteña, se sumará a la potencia de un Estado que se estructuró de abajo hacia arriba y que fomentará el desarrollo y el crecimiento socio-económico de ese territorio, adecuándose a esos fines, al contrario de lo que se dio en América española. (Pablo Pozzi)

América portuguesa: Si bien durante los primeros siglos de la conquista y colonización de lo que hoy es Brasil, no surgen a primera vista contrastes tan marcados con la América española, como si vemos que ocurrió con lo que hoy es EEUU en que las diferencias son notorias, tempranas y se verifican tanto en la construcción estatal como en el sistema productivo, los contrastes con la América portuguesa son posteriores y pasan centralmente por el tipo de Estado.
Cuando se desata la Guerra Napoleónica, el Príncipe Regente de Portugal, ante la amenaza francesa de invasión, toma la decisión de trasladar la Corona a Brasil generando un hecho no sólo inédito sino de gran trascendencia. Marcando la diferencia con los Reyes de España que jamás conocieron sus territorios de ultramar, y ante la mirada atónita del pueblo que quedaba sin gobierno y abandonado a su suerte, dicen que se bajó del carruaje antes de partir y dijo: “Creedme, portugueses: obro correctamente. Ahora dejo el reino, pero un día volveré con un imperio”. 
Firmando
un acuerdo de protección con Inglaterra (pero sin aceptar la entrega de un enclave en territorio brasileño que era una exigencias de los británicos), un día antes de la ocupación de Lisboa por los franceses (el 29 de noviembre de 1807), sale de Portugal una escuadra de 11 buques de guerra, más varios barcos mercantes llevando un número que se estima en 15.000 personas que incluía al Príncipe regente Don Joao, el Tesoro Real, los archivos de la corona, mas toda la corte, sus familias y sirvientes, cada quien con sus petates, y las provisiones para el largo viaje, hacia su nuevo destino en Río de Janeiro. Cuando hicieron tierra en Salvador de Bahía, la primera escala americana, encontró el regente el puerto abarrotado de mercaderías que no podían salir por el bloqueo francés a Portugal, único destino de embarque en vigencia del monopolio comercial. Sin dudarlo, el monarca decretó inmediatamente el fin del monopolio, invitando a todas las naciones amigas a comerciar con el Brasil. Estos episodios representan un cambio sustancial de status para las colonias. Terminada la guerra Don Joao le dio a Brasil personalidad jurídica en el derecho internacional elevándolo a Reino Unido de Portugal y Algarve.
La independencia y proceso de separación de Brasil y Portugal (1822), se da entre padre e hijo, entre Don Joao de regreso en Portugal y su hijo Don Pedro coronado Emperador de Brasil, pero Don Pedro se pone al frente de la revolución y ajusta el Estado político al Estado material (Brasil era ya muy superior a Portugal como potencia económica), la independencia no fue para subvertir el status quo, sino para defender lo que ya se había conquistado, la independencia económica y la unidad e integridad de su territorio, proceso que le debía mucho al monarca portugués (Moniz Bandeira).
Esta historia tiene enormes consecuencias sobre la burocracia estatal, sobre el Estado y su institucionalidad, que desde estos tempranos días será jerarquizada, soberana y territorial, y esto perdurará en rasgos definitorios de la administración.
Cuando en el siglo XX Getulio Vargas llega al poder (1930) cuenta con un funcionariado estatal y una estructura organizativa consolidadas durante una larga trayectoria, y le permite reforzarla con su proyecto de Estado Novo (1937). Encuentra una base sólida sobre la cual crear el DASP: Departamento Administrativo del Servicio Público; al margen de los vaivenes políticos fomentando la meritocracia, dándole atribuciones para definir presupuesto, oportunidades de calificación, movilidad entre áreas preservando la escala salarial y oportunidades de promoción; todo lo cual creó una cultura de “carrera” en el servicio público que formaba “cuadros” capacitados y estables. Todo esto contribuyó a la construcción de un Estado “fuerte” institucionalmente desde su misma gestación. (Sikkink)

Desde este marco general americano y con los elementos teóricos ya vistos, podemos pasar ahora a intentar identificar y comprender con mayor claridad el proceso de formación estatal en nuestro país y las etapas que atravesó.

Continuará….




viernes, 19 de agosto de 2011

Discutir el Estado - 2

Segunda Parte: Historia del Estado Moderno
Digamos que, en rigor, la historia del Estado moderno es la historia del capitalismo y viceversa. La aparición del Estado nación se puede datar en el “absolutismo” que,  como proceso de pasaje de la Edad Media a la Edad Moderna, marca la expropiación de los poderes locales en manos de la aristocracia y los señores feudales por parte del poder central (las grandes monarquías europeas). Esto se va dando en toda Europa con distintas características pero la necesidad común y determinante es la construcción de Mercados nacionales.  La posibilidad de excedentes en algunas ramas productivas, por ejemplo textiles rústicos, estimula el comercio que excede los estrechos límites del señorío o la comarca; se hace necesario integrar regiones que complementen sus producciones dentro de reglas de intercambio comunes. Además el comercio de larga distancia no puede estar sometido a aduanas y decomisos de cada noble por cuyas tierras pasan las rutas a las grandes ferias de Europa. El absolutismo es la larga lucha por subsumir esos privilegios feudales y centralizarlos en el monarca, que ya no es el Primus inter pares sino el soberano absoluto que detenta el monopolio de la recaudación, de las armas y de todas las funciones que antes ejercieran los señores feudales.
Nicolás Maquiavelo
El primer gran discurso sobre el Estado Moderno es “El Príncipe” de Maquiavelo (1513), que además de apologético del poder central, desnuda y evidencia los recursos de la dominación sin apelar a legitimación divina o tradicional, es decir que ni Dios ni el linaje importan en este discurso pragmático, en que el ejercicio del poder es presentado casi como una técnica. La “Razón de Estado” está por sobre todas las limitaciones morales; la inteligencia, la astucia y el carisma del Príncipe se concentran en el objetivo de suscitar y dominar la “voluntad colectiva” para que acepte la autoridad de este nuevo príncipe. No es casual que esta “novedad” provenga de lo que sería Italia, en tiempos de fragmentación del territorio y de luchas intestinas.
Así se va dando el  pasaje del feudalismo al capitalismo y, concomitantemente, la relación entre aristócratas y vasallos, se irá transformando en la relación entre burgueses y ciudadanos.
Este proceso de formación de los Estados puede ser examinado dinámicamente usando el concepto de  ESTATIDAD o ESTATALIDAD aportado por Oscar Oszlak. Desde este punto de vista, ellos van adquiriendo con el paso del tiempo ciertos atributos hasta convertirse en organizaciones que cumplen la definición de Estado.
Cada Estado adquiere estas características no necesariamente en la secuencia indicada:
ü      Capacidad de externalizar su poder: es decir, obtener el reconocimiento de otros Estados.
ü      Capacidad de institucionalizar su autoridad: significa la creación o la centralización de los organismos existentes para imponer la coerción, como por ejemplo, las fuerzas armadas, escuelas y tribunales.
ü      Capacidad de diferenciar sus formas de control: esto es, contar con un conjunto de instituciones profesionalizadas para aplicaciones específicas, (por ejemplo: un sistema de recaudación de impuestos autónomo, o de representaciones en el exterior).
ü      Capacidad de internalizar una identidad colectiva: creando símbolos generadores de pertenencia e identificación común, diferenciándola de la identidad de otro Estado, por ejemplo, teniendo himno, bandera propia, y panteón de héroes (homogeneización de la Nación “encarnada” en el Estado).
ü      Capacidad de sujeción, control y protección de los poderes económicos.

Así como el absolutismo indica que algo nuevo se está gestando, terminar definitivamente con el pasado, con el Antiguo Régimen, necesitó de una “doble revolución” que va a cambiar por completo la fisonomía de la sociedad europea.

Revolución Industrial y Revolución Francesa
Sin lugar a dudas, y aunque no coinciden exactamente en tiempo y lugar, estas revoluciones son las dos caras de una misma moneda, procesos concomitantes e imbricados.
El período de integración de mercados nacionales, el crecimiento sostenido del comercio que se empieza a dar durante el absolutismo, más la inyección de riquezas provenientes del Nuevo Mundo a partir del descubrimiento permitirán la “acumulación originaria” necesaria para que en Inglaterra se produzca la Revolución Industrial. Este fabuloso cambio del sistema productivo, (maquinización, aparición de la “fabrica” como concentración y optimización de la mano de obra, mayores excedentes) da un enorme impulso a la ampliación del comercio internacional (en donde América vuelve a jugar un papel fundamental) y a la aparición del mercantilismo, en que el comercio rige de manera preponderante la política de los Estados que se convierten en colocadores de mercancías en sus colonias, y en feroces competidores entre sí por ganar mercados.

La formación de la clase obrera. El proceso de industrialización reclama y crea su nueva mano de obra, la clase obrera. En sociedades hasta entonces campesinas, con los “cercamientos” de las tierras comunitarias y la consolidación de la propiedad privada se expulsa a los peones sin tierra del campo mientras las grandes ciudades los atraen a sus fábricas. Las nuevas relaciones sociales que se entablan entre capital y trabajo, con la consiguiente transformación de todo el tejido social (urbanización, concentración,  formación del ejército industrial de reserva, incorporación de mujeres y niños en condiciones de super-explotación) dan como resultado un marcado incremento de la conflictividad, con la creación de las primeras organizaciones obreras.
La nueva clase dominante, la burguesía, esos dueños de capital puesto en la producción industrial no se parecen en nada a la vieja aristocracia en decadencia. Con su nueva hegemonía la burguesía va dando forma a un Estado a su imagen y semejanza: el Estado burgués que toma cuerpo con la Revolución Francesa.
Karl Marx
El Estado adquiere un papel primordial en el desarrollo de la riqueza nacional, al adoptar políticas proteccionistas, y en particular estableciendo barreras arancelarias y medidas de apoyo a la producción. Pero también está llamado a desempeñar un rol crucial en la represión y control del conflicto social. Deberá intentar mediar con la “ciudadanía” bajo el estandarte de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad y garantizar el lassie faire a la burguesía. Diría Karl Marx que "el ejecutivo del Estado moderno no es otra cosa que un comité de administración de los negocios de la burguesía".
Pese a las luchas constantes y con todos los matices y diferencias regionales, el capitalismo decimonónico crecía a paso firme y el Estado liberal se consolidaba en toda Europa y América consagrando los derechos políticos en amplias regiones del mundo.

Siglo XX La crisis del ’30.
El ideal de “Progreso” y de “crecimiento indefinido” colapsa con la 1° Guerra Mundial que arrasa con el clima civilizatorio esperanzado que había dominado el siglo anterior. Pero la crisis estructural llegará en 1930 mostrando los claros límites del proceso de acumulación. La solución vuelve a necesitar al Estado como un actor de primer orden. Consumo y mercado interno son los ingredientes de la receta clave, y para eso el Estado debe intervenir activamente. El keynesianismo logra abrir un nuevo ciclo de expansión del capitalismo, pero la política otra vez mete la cola con las luchas de la clase obrera. En 1917 la Revolución Rusa genera pánico en la burguesía de todo el mundo. El Estado Soviético y los Partidos Comunistas que salen prestigiados de la segunda posguerra por haber conducido la resistencia al fascismo, son una amenaza que hay que combatir en todos los frentes.
John Maynard Keynes
La guerra fría y el Estado de Bienestar (EBK): En 1942 el desempleo y el hambre se hacían sentir con dramatismo; el Informe Beveridge plantea en Inglaterra la universalización de las coberturas estatales a todos los ciudadanos, no como caridad sino como responsabilidad del Estado que debe garantizar la subsistencia “de la cuna a la tumba”. Su lógica interna se basaba en el consenso, la inclusión de los sectores vulnerables, negociación con los sectores obreros organizados y crecimiento económico; aparece aquí el welfare state como nuevo pacto con la ciudadanía. El mundo académico proclama a través de T. H. Marshall que si en el siglo XVIII se empezaron a reconocer los derechos civiles y en el siglo XIX los derechos políticos, el siglo XX venía a instaurar los derechos sociales, definiendo la “ciudadanía social” como objetivo del ascenso social (o quizás techo?). En esta visión la ciudadanía se postula como condición de igualdad contra las visiones clasistas de la izquierda que son rechazadas porque dividen y enfrentan entre si a los sectores de la producción. El objetivo principal de esta estrategia es el ocultamiento y la morigeración de la lucha de clases,
El mundo “occidental y cristiano” consolida su modelo de consumismo y bienestar individual frente a un modelo rival que plantea la destrucción del capitalismo. La carrera armamentista y la carrera espacial se complementan con la carrera del “bienestar” en el orden de los Estados. El intervencionismo tan combatido por el liberalismo clásico pasa a ser el pilar del nuevo modelo, la “Planificación” domina la gestión estatal. Durante las décadas de auge del EBK (1945-1975) la defensa del lassie faire se vuelve marginal en tanto el consenso estatista es tan abrumador que no hay espacio entre tanta euforia para los críticos del Welfare state. El Estado pasa a ser un ACTOR ECONÓMICO PRINCIPAL E INDISCUTIBLE (P. Berrotarán).

En esta etapa se forja un sólido acuerdo: entre el capitalismo reformado y una franja importante de la izquierda socialdemócrata que en aras de los beneficios y mejoras en el nivel de vida de los trabajadores de sus países suspenden la confrontación y apuestan al gradualismo.
Pero se mantienen las tensiones entre: el liberalismo vs. el igualitarismo que legitima la intervención estatal.
Otra contradicción se da entre la voracidad de la sociedad de consumo que necesita mercantilizar cada vez más ámbitos vs. la “desmercantilización” de grandes sectores de la economía que se produce al ser estatales una amplia gama de actividades como la salud, la educación, el turismo social o la cultura. El “capitalismo de Estado” se hace responsable (directa o indirectamente) de la reproducción de gran parte del “ejército industrial de reserva” pero le quita grandes nichos de servicios al mercado, y además con su mediación le otorga mayor poder a los sectores movilizados. “El EBK introducía más fantasmas de los que era capaz de ahuyentar”……..

Crisis del modelo keynesiano en los ’70.
Otra vez el estancamiento y la disminución radical de la tasa de rentabilidad llevan a una crisis de menor inversión, menos producción, desempleo y baja salarial (Brenner). Se carga toda la culpa sobre el poderío de la clase obrera y sus reclamos “desmedidos” que encarecen los costos de reproducción y el alto “gasto social” conduce al déficit. La gran conflictividad social de los ‘70s alimentada también por el proceso de descolonización y liberación nacional en el Tercer Mundo y la Revolución Cultural China se convierten en la hora de la revancha del (neo)liberalismo.
Milton Friedman
Friedrich Hayek y Milton Friedman son sus referentes intelectuales. Lo que en el auge del EBK no había encontrado consenso emerge ahora con su crisis y la “batalla contra el Estado” será su baluarte. Esta ofensiva contra el Estado era una exigencia de los grandes capitales internacionales que necesitaban derribar barreras y regulaciones para su libre circulación, y menos presión tributaria, menos costos salariales y cargas sociales para recuperar las tasas de rentabilidad. Esto benefició una rápida tendencia a la transnacionalización de los capitales que ya no tuvieron bandera sino oscuros “paraísos fiscales” como domicilio.

El matrimonio socialdemócratas-EBK estaba tan atado que las críticas del neoliberalismo mataban dos pájaros de un tiro: los ataques a las políticas sociales del EB y a las políticas económicas Keynesianas impactaban también en el socialismo europeo y en todo programa de emancipación social.
La caída del Muro de Berlín representa no sólo el fracaso en la construcción de un “sistema” socioeconómico alternativo, sino que vivido como la derrota del proyecto “utópico”, frustra y desarticula todo el movimiento de lucha anticapitalista. Las academias y los medios masivos (en el mundo globalizado de la comunicación) pasan a la ofensiva, convirtiéndose en poderosas y eficientes usinas de neoliberalismo.
Otra estrategia de los “Chicago boys” es postular la “desaparición del trabajo” según la cual, en la sociedad “post-industrial” se suplanta la clase obrera como grupo principal por el “tercer sector” (organizaciones de la sociedad civil). La invisibilización de los trabajadores en lo simbólico facilita el ataque y la destrucción de todas sus conquistas históricas, permitiendo el incremento del empleo de baja calificación y peor salario, del trabajo informal, los contratos “basura”  y toda la batería de la precarización laboral.

Para los ’80 la victoria del neoliberalismo es aplastante: Pensamiento único. La revalorización de la “sociedad civil” como ámbito de participación ciudadana y opuesto al Estado, logra así dos efectos: ocultar las contradicciones y enfrentamientos inherentes al capitalismo y mostrar una “sociedad de hombres libres” (que aleatoriamente se agrupan tras intereses puntuales) enfrentados al Estado que los explota y les coarta su autonomía, y que además es una burocracia hipertrofiada e ineficiente “pagada” por ese “contribuyente” victimizado. Alienación de las contradicciones reales.  “La propia maquinaria del compromiso de clase se convierte en el objeto del conflicto de clase” Lo peor es que este discurso fue sostenido por sectores “progresistas” y por las propias víctimas de este programa de arrasamiento masivo del Estado. (P. Berrotarán).
El Neoliberalismo debenido hegemónico logra que el objetivo pase a ser el “ahorro de recursos”. De esta forma el llamado “Welfare de la austeridad” trunca por la base los presupuestos que habían posibilitado el desarrollo del estado de bienestar keynesiano y los sitúa en su reverso simétrico: la universalidad y crecimiento de los servicios se torna en la “selectividad” y reducción de los mismos, la desmercantilización en la remercantilización, los derechos económicos y sociales de ciudadanía en derechos económicos de propiedad, los costos sociales del crecimiento económico en efectos perversos de la intervención del Estado, los fallos del mercado en las distorsiones del estado, la justicia en eficiencia, la equidad en libertad de mercado. (Alonso, 1993).
Este proceso en Argentina lo conocemos bien y se llamó MENEMISMO.
La relación Estado-Sociedad es dialéctica: es decir que tratamos de poner siempre el foco sobre cómo las modificaciones y cambios en uno de los términos actúan y determinan las características del otro; y cómo el tipo de Estado incide en la vida concreta de la sociedad y en las “estrategias” que adopten las distintas clases en su relación con el Estado.
Vistas así las grandes etapas por las que atravesó el Estado en los países centrales y como se fue modificando junto con la sociedad, veremos a continuación cómo se dio esta historia en América.

Hasta la próxima