martes, 5 de octubre de 2010

El PODER de los números…falsos


Aquella clásica distinción entre Docta y Doxa es un par que sigue siendo objeto de discusión y que renueva su validez en la actualidad, en la era de los “medios de comunicación” y el debate que generan.


Ha quedado establecido que “la palabra docta” es aquella que expresa el conocimiento científico o episteme, que emana del especialista, del que sabe mucho sobre el tema en cuestión, y que sus “dichos” pueden ser demostrados empíricamente, que son el resultado de la investigación y de la experimentación. El enunciador docto por antonomasia es el “científico”, sobre todo identificado con las ciencias naturales y exactas, es decir con las “ciencias duras”, aquellas donde el 0 es igual a 0 y el 1, es igual a 1 y no puede quedar duda sobre eso. A partir de aquí la verdad del “dato” es incuestionable y, así como el “científico” ha quedado asociado en el imaginario social a probetas y tubos de ensayos, a cálculos y complejas ecuaciones, a disecciones y microscopios, la “verdad” también se asocia y se comprueba con estadísticas y números.
La realidad traducida a números es incuestionable.

Las Ciencias Sociales han tenido y tienen que luchar con estas representaciones, ya que ellas tienen que vérselas con otras cuestiones donde intervienen infinidad de variables que no podemos “contar” literalmente hablando; todo lo que involucra la subjetividad humana es difícil de medir y requiere de métodos que atiendan también a la “calidad” de los fenómenos investigados, los famosos métodos cualitativos…pero eso es un tema muy largo…

En contraposición a la palabra docta o científica tenemos la Doxa, o lo que comúnmente llamamos “Opinión”. La opinión es lo que nos queda al común de los mortales, la cual se forma en base a fenómenos que percibimos a través de los sentidos, hace más o menos frío, es blanco o tira al gris clarito, me cae más o menos simpático. La opinión es siempre relativa y cuestionable, y el valor de verdad contenido en una opinión será mayor o menor según que tanto nos hayamos aproximado al tema, desde qué lugar o posición hayamos experimentado la cuestión, cuánto lo hayamos observado, depende también de nuestra capacidad intelectual, de cuánto hayamos estudiado y de la valides de los datos a que apelemos para respaldar nuestras aseveraciones. En la vida cotidiana la veracidad de nuestras opiniones generalmente no le importa a nadie, y uno puede darse el lujo de opinar como se le cante en tanto no afecte a otros, es decir, si para mí la comida está siempre sosa y abuso de la sal, no sería un problema a menos que el que coma lo que yo cocino reviente por un pico de presión arterial.

Pero en la sociedad de la información, la opinión que nos formamos acerca de las cosas se basa, no en lo que dicen nuestras papilas gustativas o nuestro tacto, sino en lo que otros nos dicen sobre la realidad; y esos otros que llegan con sus opiniones hasta nosotros lo hacen a través de los medios de comunicación.

Tradicionalmente los medios gozaban de nuestra más absoluta confianza; no sé si porque dábamos por descontado que las opiniones vertidas en ellos eran “doctas”, es decir veraces, o porque éramos terriblemente ingenuos, lo cierto es que para demostrar la veracidad de un hecho bastaba con afirmar que “salió en el diario!!!”. Hoy las cosas están cambiando, no solo en nuestro país sino en el mundo, y la idoneidad de los “formadores de opinión” está puesta en duda. Los medios son concientes que están perdiendo su principal capital, aquello que nos hacía creer acríticamente lo que nos decían: su credibilidad.

Tanto la “palabra autorizada”, es decir la que está firmada por alguien que se supone experto o autoridad en el tema, como el prestigio editorial con el que tal o cual medio respaldaba sus contenidos está siendo cuestionado. Entonces las empresas de la información han encontrado la manera de hacerse creíbles apropiándose de una legitimidad que no les pertenece. Se han apropiado del prestigio y de la credibilidad social de los NÚMEROS. Y nos mienten descaradamente difundiendo una cantidad de datos apócrifos que no tienen el menor sustento real.

Ya estamos en campaña para la oposición que ha perdido, si es que alguna vez lo tuvo, todo límite ético, todo profesionalismo, toda dignidad y hasta la vergüenza. Abundan los ejemplos recientes …y el gobierno es responsable por no haber resuelto lo del Indec. Pero no todo es el Indec, las “consultoras” privadas lo admiten con descaro, ellos van a ocuparse de difundir números “altos, muy altos” de inflación para aportar a la “crispación”; o el tan mentado 40% de recorte al presupuesto de la Corte Suprema como un “ataque”, “otra envestida del gobierno contra la Justicia” con el que nos taladraron el cerebro, cuando la realidad es que se le otorgó este año el porcentaje más alto del total solicitado en los últimos 10 años, y el mismo Zaffaroni salió a desmentir esa atrocidad.

Pero acá los únicos responsables tenemos que ser nosotros mismos. Es muy fácil sentarse frente al televisor y después salir a repetir como loros (y que me perdonen los loros) lo que escuchamos, sin el más mínimo esfuerzo intelectual de verificar las fuentes, de analizar el sentido de lo que nos están diciendo, de confrontar información. Y lo que es peor aún, sin tomarnos el trabajo de hacer el ejercicio de realismo crítico más elemental: conectarnos con nuestra propia realidad. Porque esta retahíla apocalíptica la repiten y la amplifican los sectores que vemos como, mientras destilan odio contra la Presidenta, acceden con impudicia a un nivel de consumo desenfrenado, y cambian autos, compran casas de lujo, se hacen la piscina, vacacionan todos los fines de semana y se atiborran de artículos suntuarios…pero no hablo de burguesía que, como vivimos en el sistema capitalista, por lo menos pone en riesgo un capital, invierte, produce, genera trabajo…no, cuando miramos a estos encarnizados opositores que dicen vivir en el infierno kirchnerista mientras consumen como burgueses, vemos que son empleados en relación de dependencia, pequeños comerciantes, docentes que conocemos de toda la vida y nunca estuvieron mejor. La cultura de la clase dominante es la cultura dominante dijo Gramsci.
Se largó la campaña electoral, que va a ser sucia. Podemos tener algunos muy buenas razones para no votar al oficialismo, pero no podemos ser indiferentes al engaño más burdo, a la mentira más alevosa. La oposición largó la campaña y una de sus armas más efectivas están siendo los números…falsos.

¡Señoras y señores! ¡Bienvenidos a MATRIX!!!!