Esta película podría
mostrarnos un momento cualquiera en las vidas de un puñado de gente común pero,
tal vez sin proponérselo, Caetano nos deja un valioso documento del impacto en
lo más profundo de cada subjetividad de un tiempo sin clemencia. Aún prescindiendo
de toda referencia histórica para fechar los hechos el film, estrenado en el
año 2001, fija en blanco y negro lo que hoy podemos entender a la distancia como
un instante emblemático para los argentinos por su dramatismo.
Desde un ámbito de
sociabilidad público como es un bar en un barrio capitalino, Caetano repasa
minuciosamente una variedad de relaciones sociales poniendo la lupa sobre las
definiciones que cada uno de los diversos personajes hacen del “otro” y en cómo,
a partir de esa definición, construyen su propia identidad en función de la
diferencia.
El recorrido
comienza cuando el dueño del bar contrata como parrillero a un inmigrante
indocumentado. La relación laboral se muestra en toda su crudeza, desfavorable
para ese otro que desde un lugar de vulnerabilidad total debe someterse a las
condiciones impuestas: jornadas largas y sin horario fijo, pago diario y
exiguo, disponibilidad para todo servicio. El mensaje del patrón apunta, como
siempre, a presentarse como un benefactor, que lo toma “pese a que” no tiene
papeles, que le hace el “favor” de
aceptarlo aún siendo extranjero. En el bar hay otra empleada, también migrante
de país limítrofe (paraguaya) sobre la cual, a la hiperexplotación laboral, se
le suman las problemáticas de género en formas de acoso sexual, no sólo de
parte del empleador sino también de algunos clientes.
Los personajes que
frecuentan el bar son el tipo de trabajadores característico que resultó del
ciclo neoliberal, todos cuentapropistas (taxistas, vendedores ambulantes), que
padecen la angustia del día a día sin ningún tipo de certezas ni seguridad, y
que ante la caída inminente desde sus pretendidas posiciones de clase sólo
atinan a la explicación individualista, en donde ellos hacen el esfuerzo
personal pero es la competencia desleal de los otros la que les roba sus
posibilidades. Sin redes de contención afectiva, endeudados y estafados, y aferrados
a adicciones varias, no pueden ver en el otro a un igual con sus mismos
problemas, ambos víctimas de un sistema que los expulsa como sobrante, sino
sólo desde la competencia y el enfrentamiento, siendo el otro que viene de
afuera el responsable de todos los males. Pero para poder culpabilizarlo e identificarlo
como el enemigo, primero hay que marcarlo, estigmatizarlo, atribuyéndole características
negativas y recurriendo a todos los prejuicios del sentido común... Se despliegan
así los clásicos tópicos del racismo y la xenofobia que construyen al
extranjero como una amenaza.
Ya convertido en
otro absoluto (para el “nosotros” único no importan las particularidades del
otro por eso confunden boliviano con peruano, es un extranjero) ese trabajador
inmigrante sólo se humaniza fuera de la mirada de los que no pueden verlo como
un igual, en la soledad de un padre hablando a la distancia con su guagua, o en
el relato a su par (la camarera paraguaya) de la impotencia frente a las causas
sociales que lo expulsaron de su tierra, o en la desprotección de tener que
dormir en la calle.
Fuera de la relación
de trabajo se advierte una extendida trama de situaciones de abuso y
discriminación que va desde la generación de “negocios” que viven a expensas
del inmigrante (los “locutorios” clandestinos, los hoteles de paso), hasta la
persecución policial brutal y ensañada, que marca e intimida. Pero la mirada de
la cámara no sólo está puesta en los efectos que estas situaciones causan sobre
el que las padece, sino cómo opera el poder activamente sobre el que lo ejerce,
cómo las posiciones de poder no actúan solamente de arriba hacia abajo,
negando, reprimiendo, marginando, sino que construyen y crean en quien actúa
ese poder, un complejo de actitudes, representaciones y configuraciones
ideológicas que lo definen y lo ubican en ese lugar de dominio sobre el otro subordinado.
Los encargados del locutorio, el administrador del hotel, los agentes de
vigilancia, o el borracho perdido recurren a la desvalorización del otro para
valorarse a si mismos, o se hacen a sí mismos desde su insignificancia en esa
relación desigual y violenta, hasta llevarlos a extremos de abyección y muerte.