viernes, 27 de septiembre de 2013

Volviendo a "BOLIVIA" de Israel Adrián Caetano



Esta película podría mostrarnos un momento cualquiera en las vidas de un puñado de gente común pero, tal vez sin proponérselo, Caetano nos deja un valioso documento del impacto en lo más profundo de cada subjetividad de un tiempo sin clemencia. Aún prescindiendo de toda referencia histórica para fechar los hechos el film, estrenado en el año 2001, fija en blanco y negro lo que hoy podemos entender a la distancia como un instante emblemático para los argentinos por su dramatismo.
Desde un ámbito de sociabilidad público como es un bar en un barrio capitalino, Caetano repasa minuciosamente una variedad de relaciones sociales poniendo la lupa sobre las definiciones que cada uno de los diversos personajes hacen del “otro” y en cómo, a partir de esa definición, construyen su propia identidad en función de la diferencia.
El recorrido comienza cuando el dueño del bar contrata como parrillero a un inmigrante indocumentado. La relación laboral se muestra en toda su crudeza, desfavorable para ese otro que desde un lugar de vulnerabilidad total debe someterse a las condiciones impuestas: jornadas largas y sin horario fijo, pago diario y exiguo, disponibilidad para todo servicio. El mensaje del patrón apunta, como siempre, a presentarse como un benefactor, que lo toma “pese a que” no tiene papeles, que le hace el  “favor” de aceptarlo aún siendo extranjero. En el bar hay otra empleada, también migrante de país limítrofe (paraguaya) sobre la cual, a la hiperexplotación laboral, se le suman las problemáticas de género en formas de acoso sexual, no sólo de parte del empleador sino también de algunos clientes.
Los personajes que frecuentan el bar son el tipo de trabajadores característico que resultó del ciclo neoliberal, todos cuentapropistas (taxistas, vendedores ambulantes), que padecen la angustia del día a día sin ningún tipo de certezas ni seguridad, y que ante la caída inminente desde sus pretendidas posiciones de clase sólo atinan a la explicación individualista, en donde ellos hacen el esfuerzo personal pero es la competencia desleal de los otros la que les roba sus posibilidades. Sin redes de contención afectiva, endeudados y estafados, y aferrados a adicciones varias, no pueden ver en el otro a un igual con sus mismos problemas, ambos víctimas de un sistema que los expulsa como sobrante, sino sólo desde la competencia y el enfrentamiento, siendo el otro que viene de afuera el responsable de todos los males. Pero para poder culpabilizarlo e identificarlo como el enemigo, primero hay que marcarlo, estigmatizarlo, atribuyéndole características negativas y recurriendo a todos los prejuicios del sentido común... Se despliegan así los clásicos tópicos del racismo y la xenofobia que construyen al extranjero como una amenaza.
Ya convertido en otro absoluto (para el “nosotros” único no importan las particularidades del otro por eso confunden boliviano con peruano, es un extranjero) ese trabajador inmigrante sólo se humaniza fuera de la mirada de los que no pueden verlo como un igual, en la soledad de un padre hablando a la distancia con su guagua, o en el relato a su par (la camarera paraguaya) de la impotencia frente a las causas sociales que lo expulsaron de su tierra, o en la desprotección de tener que dormir en la calle.

Fuera de la relación de trabajo se advierte una extendida trama de situaciones de abuso y discriminación que va desde la generación de “negocios” que viven a expensas del inmigrante (los “locutorios” clandestinos, los hoteles de paso), hasta la persecución policial brutal y ensañada, que marca e intimida. Pero la mirada de la cámara no sólo está puesta en los efectos que estas situaciones causan sobre el que las padece, sino cómo opera el poder activamente sobre el que lo ejerce, cómo las posiciones de poder no actúan solamente de arriba hacia abajo, negando, reprimiendo, marginando, sino que construyen y crean en quien actúa ese poder, un complejo de actitudes, representaciones y configuraciones ideológicas que lo definen y lo ubican en ese lugar de dominio sobre el otro subordinado. Los encargados del locutorio, el administrador del hotel, los agentes de vigilancia, o el borracho perdido recurren a la desvalorización del otro para valorarse a si mismos, o se hacen a sí mismos desde su insignificancia en esa relación desigual y violenta, hasta llevarlos a extremos de abyección y muerte.



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