jueves, 26 de agosto de 2010

Desarmando el discurso hegemónico. ¿Para qué estudiar Historia?

Hace unos días tuve el placer de presenciar una clase de Nicolás Iñigo Carrera, historiador investigador del CONICET, en la que expuso los resultados de los estudios del PIMSA (programa de investigación del movimiento de la sociedad argentina) sobre la situación de la clase obrera durante el menemismo.

Además de difundir el contenido de la charla, creo que este es un muy buen ejemplo del tipo de construccion hegemónica que distorsiona la realidad y de los objetivos que persiguen estos falsos discursos. También es una buena oportunidad para reflexionar y entender por qué es importante conocer la Historia…pero no creernos cualquier historia.

Iñigo Carrera comenzó aclarando que al estudiar la sociedad y su transformación se puede observar su movimiento “coyuntural” que, según Gramsci, sólo nos permitirá hacer una crítica mezquina de la actuación de los dirigentes, o atender al movimiento “orgánico” de las relaciones entre sus clases y fracciones cuyo conocimiento dará lugar a una verdadera crítica de la sociedad en cuestión. Partiendo de esta premisa y con el objetivo de conocer el movimiento orgánico de la sociedad argentina, PIMSA lleva registro diario, desde diciembre de 1993 hasta la fecha, de todos los “hechos de rebelión” que se realizan en el país, y los clasifica según los sectores o capas sociales que participan en ellas, quedando el total de las acciones dividido entre las protagonizadas por: asalariados (ocupados y desocupados); pequeña burguesía o sectores independientes (comerciantes, profesionales, chacareros, etc.); estudiantes; movimientos sociales (DDHH, pueblos originarios, feministas, ecologistas) y sectores propietarios. Es decir que los resultados que expuso están basados en datos rigurosos de la realidad y no son simples opiniones o apreciaciones personales.

Para introducirnos en la situación de la clase obrera en la década del ’90, Iñigo Carrera describió los grandes ciclos del desarrollo capitalista en nuestro país, marcando un primer período largo desde aproximadamente 1870 hasta la década de 1950 en que el crecimiento capitalista se da en extensión (reconversión de todo el sistema de producción a formas capitalistas, creación e integración de un mercado nacional, etc.), y un segundo momento en que el capitalismo criollo va a crecer en profundidad (tecnificación, industrialización). A mediados de la década del ’70 se potencia y se hace abiertamente observable lo que se venía dando desde 1950 cuando se crean por la fuerza las condiciones para un acelerado proceso de concentración de la riqueza con el dominio del capital financiero. La constitución de esta alianza social dominante es concomitante con un empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, pauperización y empobrecimiento de amplios sectores que simplemente son descartados como sobrante para el capital. Para contener la resistencia social y garantizar la continuidad de los sectores dirigentes, se apela al golpe de Estado de 1976 y la puesta en marcha del plan de exterminio y terror que, inmediatamente, baja el salario mínimo a la mitad. A partir de aquí la desocupación rompe su techo histórico que rondaba el 6%, se duplica la mínima (12%) y se cuadriplica la máxima, llegando al 24% durante el menemismo.

Para que este ataque feroz a los más pobres de la sociedad pueda llevarse a cabo, Iñigo destaca que en la década del ’80 las ciencias sociales, sobre todo desde Europa, comenzaron a anunciar “el fin del proletariado como clase fundamental de la sociedad capitalista”. Argumentando que el desarrollo tecnológico e informático con el consiguiente aumento del trabajo calificado y profesional de alta capacitación, empujaban a la ampliación de la clase media, estos fenómenos marcaban la desaparición de la clase obrera como motor del cambio y anunciaban la llegada de los “nuevos movimientos sociales” (policlasistas por definición y constituidos en torno a identidades diversas, no a su identidad en tanto trabajadores) como el nuevo actor fundamental de la transformación social. Estas “novedades” en el discurso apuntaban a debilitar moralmente a la clase obrera en todo el mundo, a hacerle perder su iniciativa histórica y la conciencia de su poder.

Nuestro país no es ajeno a este discurso devenido hegemónico; el “sentido común” impuesto por nuestra clase dirigente asume como real, por ejemplo, que los trabajadores no se opusieron a las políticas neoliberales implementadas durante el menemismo, y esta certeza se esgrime no tan solo como prueba del achicamiento de la clase obrera, sino que además pretende hacer cómplices en el campo político a las masas peronistas por los “efectos colaterales” del plan económico implementado en esos años. Iñigo Carrera nos cuenta que ante cada auditorio frente al cual expone estos temas hace la misma pregunta a modo de experimento: ¿cuántos paros generales convocó la CGT durante el gobierno de Alfonsín? Inmediatamente todos responden con seguridad y generalmente aciertan o se aproximan (fueron 13). Cuando pregunta ¿cuántos paros le hicieron a Menem? Sistemáticamente en todos los ámbitos las respuestas son dudosas, arriesgan uno, dos o ninguno. Pues no, fueron 9 paros generales durante el menemismo, y aunque la relación es casi la mitad según la duración de cada gobierno, lo cierto es que esos nueve paros fueron invisibilizados totalmente, desaparecidos. Pero lo más importante es que de los más de 7.400 hechos de rebelión colectiva registrados durante el período (manifestaciones, cortes de ruta, conflictos laborales con movilización, marchas, puebladas, etc.) el 35,9% fue protagonizado exclusivamente por asalariados, más un 2,7% en que los asalariados eran acompañados por otros sectores (38,6% del total). Medidos por año los porcentajes son similares y su punto más bajo se registra en 1999, en que representan el 32%; pero esta disminución se debe fundamentalmente a que ese año subieron mucho los hechos protagonizados por la pequeña burguesía u otro sector, como el estudiantado y los docentes que en 1997 realizaron el 33% de los hechos de protesta, sobre todo motivados por la defensa del sistema educativo en ocasión de la Reforma.

Para terminar de desarmar la mentira del discurso hegemónico digamos que los episodios de protesta protagonizados por sectores no pertenecientes a la clase obrera representan en el mismo período: el 7,3% empresarios o dueños de sus medios de subsistencia, 7,2% movimientos de desocupados y/o políticos, 6,7% estudiantado y el 3,2% corresponde a los realizados por “nuevos movimientos sociales”. Por último un 6,3% fueron hechos espontáneos como saqueos o cacerolazos en que participaron distintos sectores.

El historiador se pregunta y nos pregunta ¿cómo puede haber tanta distancia entre lo que dicen los datos “puros y duros” y lo que se vuelve lugar común, representación social, imaginario colectivo, historia oficial o como quieran llamarle? ¿cómo se construye una “realidad virtual” tan diferente a la que nos muestran los datos concretos?. Podemos ser pesimistas y ante la constatación del inmenso poder de seducción y convencimiento del discurso hegemónico simplemente rendirnos, o podemos desarrollar y sostener una lectura implacablemente crítica del mundo que nos rodea en todas sus manifestaciones. Esto se vuelve un imperativo, no sólo para el conocimiento de nuestro pasado, es una lucha que debemos sostener hoy más que nunca en lo cotidiano, y sabemos todos de qué estamos hablando: de medios de comunicación de masas en manos del enemigo.

Podríamos concluir rescatando la total validez de estas palabras, surgidas de otra coyuntura y publicadas en el editorial del Semanario de la CGTA, presumiblemente escritas por Rodolfo Walsh, su director:

“Nosotros seguiremos creyendo en lo que menos se ve, en ese hervor que anida en las fábricas, los obrajes y las villas, esperando su cauce, su organización, su verdadera unidad combatiente. Mientras los funcionarios y los ejecutivos se tuestan en los balnearios de moda y calman en la ruleta su fatiga mental, millones de compañeros seguirán sudando en las fundiciones, congelándose en las cámaras frigoríficas, manejando los trenes y los puertos, dejando la vida en el yerbal o en el monte, moviendo el país con la misma fuerza, la misma furia subterránea con que un día pueden pararlo, y otro día darlo vuelta.

“Esa es nuestra apuesta, para siempre.”

2 comentarios:

  1. Volviste, Lali! Me impresionó lo de los paros generales durante el gobierno de Menem. La verdad que yo también hubiera dicho menos.
    Es increíble como hasta uno que se cree que está al tanto(jeje) porque lee y relee y analiza y compara y asocia, etc, etc, también es, aunque resiste, influenciado por la información hegemónica. Imaginémos todos aquellos que ni siquiera se detienen un minuto a pensar, a mirar para atrás para recordar qué pasó...
    Pero creo que estamos en un momento de inflexión histórica en nuestro país: La ley de medios audiovisuales, la verdad sobre papel prensa, la causa por los hijos de la Herrera de Noble y el sacarse la careta de muchos periodistas que desde hace rato han vendido el alma al diablo(y me refiero a Ruiz Guiñazú, Tennembaum, Lanata, Leuco, Eliashev, y siguen las firmas), todo eso, digo, ha puesto en escena el debate que nos debíamos. Y eso es bueno, es una de las mejores cosas que nos ha pasado últimamente como país, porque de su resultado dependerá el resto.
    Un abrazo y adelante con el blog, Lali!

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  2. si, es impresionante, yo también daba por hecho que no hubo protesta obrera, inclusive estaba convencida que los gremios docentes no se habían movilizado contra la reforma federal en forma contundente, y eso también quedó desmentido...Pero lo que más me impresionó fué la baja incidencia de los nuevos movimientos sociales. Queda claro quién es el enemigo principal del capital, hay que hacerlo desaparecer físicamente y simbólicamente.
    Hasta la próxima

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